Ana Martínez

Ser amigo de alguien es desearle que vuele escribió Carmen Martín Gaite en boca de Mariana León. O de Sofía Montalvo. O quizás de ambas. 

Esas dos amigas capaces de mantener viva una amistad a través de las letras. Esas dos mujeres capaces de dar alas a las palabras. 

Como Ana. Nuestra Ana. 

Ella tiene un poco de Sofía y también un poco de Mariana. Ella vive con los ojos puestos en el cielo porque tiene la capacidad de hacer brillar (y volar) a todos los que la rodean. 

Ana cree en la transparencia de la gente, en los lazos que nos unen y en la intensidad en el amor. También cree en la familia y en el lado amable de las cosas, en las mesas en las que el sonido de las risas es más fuerte que el de las penas y en los paseos que coinciden con el preciso instante en el que el sol se acuesta. 

Ana es sincera y sensible. Cantarina y carismática. Impaciente y algo indecisa. Una especie de huracán capaz de desordenarte la vida con una sola sonrisa suya, una de ésas que lucen la misma dosis de inocencia que de intención.

Ana lee, escribe, aprende y canta. No toca la guitarra, aunque la tocará, y no va al gimnasio, aunque diga que lo intenta. Ana es como un libro. Un libro en el que ella administra las páginas que enseña y, poco a poco, irá desvelando a quien se tome la molestia de esperar. 

Si la pierdes de vista, sigue el camino de baldosas amarillas, Ana es de las que siempre están del lado de la luz.